La mejor sanidad del mundo

Últimamente esta proclama se oye con una frecuencia inusual. Parece que todo el mundo está de acuerdo en que poseemos la mejor sanidad del mundo. Pero llama la atención que esto suceda mientras las listas de espera aumentan sin cesar, las condiciones laborales y retributivas de los trabajadores sanitarios empeoran a pasos agigantados y los políticos se muestran incapaces de encontrar fórmulas de financiación y de gestión sanitaria que garanticen que nuestro sistema sanitario sea sostenible en el tiempo. ¿Qué es lo que explica que, en este contexto, tanto la población en general como los profesionales sanitarios y los representantes de la Administración insistan una y otra vez en que nuestra sanidad es la mejor del mundo?
La reciente “crisis” provocada por el virus del Ébola, desproporcionada si consideramos el número de personas afectadas en España, ha puesto de manifiesto los problemas organizativos que surgen cuando las decisiones sanitarias se dejan en manos de gestores políticos. También ha mostrado algunas importantes carencias en recursos materiales e instalaciones, y la dificultad de prestar una asistencia sanitaria de calidad cuando los profesionales encargados de ello están mal retribuidos, carecen de incentivos profesionales y son excluidos de los órganos de gestión. Sin embargo, al político le basta proclamar la excelencia de nuestro sistema sanitario para conjurar cualquier acusación de ineficiencia, escasez de recursos o mala gestión. “Sus acusaciones son infundadas ̶ dirá- nuestra sanidad es la mejor del mundo”.
En el plano asistencial, cada vez son más evidentes las limitaciones de nuestro sistema sanitario. El aumento de la lista de espera quirúrgica es evidente a pesar de los esfuerzos de todas las Administraciones por maquillar los datos. Pero los tiempos de espera no solo aumentan en cirugía; también se incrementan progresivamente en las citas con el especialista y la realización de pruebas diagnósticas. Cuando un paciente entra en una lista de espera quirúrgica a menudo lo hace tras meses, o incluso años, de penoso peregrinaje diagnóstico. Hemos de asumir que el sistema sanitario carece de actualmente financiación suficiente para garantizar a la población la prestación de la asistencia que promete. Sin embargo, cualquier propuesta de buscar métodos de financiación complementarios o de adecuar la cartera de servicios y la ajustar las determinadas prestaciones del sistema público a las posibilidades económicas reales (como ocurre en otros países de nuestro entorno), son sistemáticamente desechadas por la administración. “Quieren cargarse ustedes ̶ se dirá a quien proponga estas medidas ̶ la mejor sanidad del mundo”.
Respecto a los profesionales, hemos asumido la mayor parte del ajuste presupuestario en sanidad. Actualmente soportamos el extraordinario empeoramiento de nuestras condiciones laborales, que en los colectivos más jóvenes roza la indignidad, con resignación y temor. Vemos el sistema derrumbarse a nuestro alrededor minado por la escasez, la ineficiencia y la mentira, sin poder hacer otra cosa que pelear a duras penas por nuestra dignidad personal y la de nuestra profesión. También nosotros, a veces, sentimos la tentación de defendernos recurriendo al mito: “Estamos perdiendo el mejor sistema sanitario del mundo”.
Pero nuestro sistema sanitario no es el mejor del mundo. A menos que lo aceptemos, no podremos mejorarlo. La verdad de la deuda sanitaria y de las esperas acumuladas en cirugía, consultas y pruebas diagnósticas debería aflorar cuanto antes, si no queremos que adquieran unas dimensiones que las hagan imposibles de gestionar. Los políticos ̶ pediremos lo imposible ̶ deben renunciar a utilizar la sanidad con fines de propaganda e incorporar a los profesionales, de verdad y no solo nominalmente, a los órganos de gestión y decisión. La población debe asumir que no podemos sostener económicamente el sistema sanitario tal y como funciona actualmente, y que tarde o temprano será imprescindible asumir ajustes en las prestaciones si queremos disponer de un sistema sanitario público de calidad y no una mera beneficencia.
En cuanto a los profesionales, ¿qué más se nos puede pedir? Solo nuestro esfuerzo explica que la frase que titula este artículo siga teniendo sentido. No está en nuestra mano decidir qué sistema sanitario tendremos los españoles dentro de unos años, pero tenemos el deber de denunciar el engaño que está perpetuando el actual. Cuando la sociedad decida, sin duda sabremos satisfacer con profesionalidad sus demandas.

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