Una oferta de profesionales producto del «baby boom» de los 50-60 supuso la base para la creación de un Sistema Nacional de Salud que hizo llegar un médico de Atención Primaria a todos los rincones de la geografía española; lugares inhóspitos y sin recursos se vieron dotados de profesionales de vanguardia y a la última en cuanto a avances de la medicina.
Toda una ingente masa laboral afrontaba el reto de la Reforma Sanitaria con la ilusión de la juventud y la preparación que la formación universitaria les confería.
Décadas de mala planificación a la hora de organizar plantillas, hospitalocentrismo en la dotación presupuestaria y una media entorno a 40 consultas diaria, con picos cada vez más frecuentes de 80 pacientes, han ido consiguiendo que las agotadoras jornadas de un médico de Atención Primaria se limiten casi en su totalidad a tareas asistenciales a demanda de la población, para acabar dejando en lo meramente anecdótico el resto de tareas encomendadas a su especialidad. La atención a la familia y comunidad, el trabajo en equipo multidisciplinar y el desarrollo de actividad docente o investigadora, más que tareas resultan ser hechos marginales, episódicos, puntuales o meramente circunstanciales.
Sí, una triste realidad que junto con la congelación de los salarios, frustra al que ejerce esta bella profesión y desmotiva a nuevas generaciones para la toma del relevo.
Con estos antecedentes no es de extrañar que cada día resulte más difícil cuando no imposible sustituir ausencias de médicos de Atención Primaria. De poco sirven planes excepcionales cuando no se quiere afrontar reformas de calado. No se puede seguir ofertando la misma cartera de servicios con menos médicos. El sistema se cae, no soporta más arreglos. No se trata de ponerle más parches a la rueda. HAY QUE CAMBIAR YA EL NEUMÁTICO.