«Además de los muertos», tribuna de Rafael Ojeda, presidente del SMS, en ABC de Sevilla

El 5 de junio, ABC de Sevilla publicó la tribuna «Además de los muertos», firmada por el presidente del Sindicato Médico de Sevilla, Rafael Ojeda Rivero. Por el interés de nuestros afiliados y sociedad en general, la reproducimos aquí:

ADEMÁS DE LOS MUERTOS

La conmoción que ha supuesto para todos nosotros esta pandemia no debería aturdirnos hasta el punto de impedir un análisis profundo de lo que está pasando. Las vidas de nuestros amigos, compañeros y familiares son el bien más valioso que este episodio infausto se está cobrando, pero no son el único. Esta crisis puede socavar los fundamentos de nuestro Estado y nuestra democracia de un modo más sutil, aunque potencialmente más devastador, que la reciente crisis política y territorial, que ahora se antoja un acontecimiento propio de un pasado remoto.

Ahora sabemos que las primeras decisiones que se adoptaron en relación con la pandemia fueron erróneas, quizás porque el virus era desconocido, pero también porque estuvieron dictadas por un cálculo político. La gestión de la crisis en lo relativo a recomendaciones para prevenir el contagio, así como en la adquisición y distribución de material de protección para los trabajadores, ha sido muy deficiente. Ha fallado la coordinación entre las Administraciones central y autonómicas, contaminada por los enfrentamientos partidistas, que tiñen con su mezquino cálculo estratégico decisiones que solo deberían buscar el bien común. Europa parece ahora, más que nunca, una estructura burocrática autoritaria e ineficiente.

Parapetados en sus despachos, nuestros políticos han pretendido hacer frente al inesperado desastre con sus viejos recursos, es decir, con propaganda y opacidad. Han sido renuentes a incluir en las estadísticas oficiales todas las muertes atribuibles al coronavirus. Han censurado las ruedas de prensa y han “informado” a los agentes sociales a través de la prensa. Los trabajadores hemos tenido que buscar en los tribunales amparo frente al maltrato. Mientras nuestros conciudadanos nos aplaudían, nuestros gerentes nos prohibían usar las pocas mascarillas que había disponibles. Seguimos sin medidas de protección suficientes. Las decisiones políticas erróneas que cuestan vidas exigen dimisiones, pero no se pagan con ellas. Tiempo habrá de exigir responsabilidades.

Las demandas de los profesionales sanitarios llevan años siendo parasitadas por los políticos, que las hacen suyas cuando están en la oposición, pero las desdeñan cuando acceden al poder. Atribuyen las críticas a los intereses espurios de quienes las profieren, como si no existiese vida más allá de sus sedes. No quieren aceptar que los ciudadanos los critiquemos, simplemente, porque lo hacen mal. Pero su persistencia en el error, su apego al poder, no los daña solo a ellos: debilita la fe en las instituciones democráticas y en la fortaleza del Estado como instrumento para proteger a los ciudadanos y garantizar la prosperidad y la cohesión social. Es la mala política, y no la estructura de nuestra democracia, la que alimenta el populismo y debilita la fe en el Estado de derecho.

Sin embargo, quizás podamos sacar también algo positivo de esta desgracia, aunque solo sea despertar de la ingenuidad fingida, del autoengaño que sustentaba la absurda creencia, resistente a cualquier argumento basado en la terca objetividad de los hechos, de que nuestra sanidad estaba entre las mejores del mundo. Ha hecho falta ver las fotos de los profesionales sanitarios protegiéndose de la infección con bolsas de basura, con un aspecto que resultaría grotesco si no fuese tan triste, para comprender que las listas de espera, las consultas abarrotadas, los médicos desesperados que huyen al extranjero, no eran falacias al servicio de un enfrentamiento partidista, sino consecuencias de la falta de recursos y de inversión en sanidad. No nos quejábamos por nada.

Ahora tenemos el deber de comenzar a prepararnos para el día después. Para ello, debemos empezar por reconocer nuestras carencias. Nuestro país presume, con razón, de tener una de las tasas de donaciones y de trasplantes más elevada del mundo, pero los profesionales que los realizan han tenido que suplicar estos días que se les diese una simple mascarilla para no contagiarse. Los médicos de familia atienden a los pacientes en sus domicilios gracias a un eficiente servicio de urgencias de atención primaria, pero estos días se están exponiendo a la infección, en muchos casos, sin más armas que su profesionalidad. Cuando se pudo, no se adquirió material de protección. No merecía la pena. Los pocos recursos disponibles merecían fines más dignos que la protección de sus trabajadores. Pero ya no podemos seguir tolerando este maltrato.

Sin duda es pronto para hacer un balance del desastre. Queda mucho trabajo y todos tenemos el deber de contribuir a mitigar el daño que este cruel episodio pueda hacernos como personas y como sociedad. Pero tan pronto como sea posible debemos afrontar, como sociedad, el debate sobre qué sistema sanitario deseamos tener y cómo lo queremos financiar. Esa tarea es urgente, porque la muerte no se combate con propaganda y el precio que estamos pagando los profesionales sanitarios por las carencias tanto tiempo ignoradas es mayor del exigible a cualquier ciudadano en un país como el nuestro. Ese será un buen modo de seguir aplaudiendo.

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