LA PELUQUERÍA
Hagamos un ejercicio teórico de gestión pública. Imaginemos que en un país cualquiera los políticos deciden que la peluquería va a ser financiada a cargo del erario. El Sistema Público de Peluquería (SPP) se organiza en tres niveles: un peluquero de cabecera, un peluquero especialista y un peluquero en urgencias del Hospital capilar. Se realiza una estima según la que, los varones, por ejemplo, se podrán cortar el cabello cada uno o dos meses, en una sesión de unos treinta minutos de duración. Con esa premisa se hace un cálculo de los profesionales que se necesitan para atender cada población. De forma excepcional se facilita la posibilidad de una asistencia de urgencia por el peluquero de cabecera para situaciones especiales (una ceremonia imprevista a la que asistir bien arreglado, por ejemplo).
Se explicaría a los ciudadanos que el cuidado del cabello es responsabilidad de ellos, algo personal y del día a día, porque para tener un cabello sano es preciso seguir una alimentación adecuada, procurar una higiene periódica y usar adecuadamente champús, peines, mascarillas, tónicos y lociones capilares. Los ciudadanos entienden así que los autocuidados son la base del bienestar de su cabello, que es algo que le compete, y cuáles son las responsabilidades específicas del servicio público de peluquería.
Para cabellos difíciles, deteriorados, rebeldes, existe la posibilidad de que el peluquero de cabecera derive al usuario a un especialista concreto en determinados aspectos capilares, pero siempre de forma ocasional. Y para situaciones verdaderamente excepcionales y difíciles, existe la posibilidad de una consulta capilar muy urgente en el hospital capilar donde acudir ante una catástrofe (una caída masiva de cabello, por ejemplo), donde se pueden realizar tratamientos específicos, complejos y muy caros.
Bien llevado, el sistema podría perdurar toda la eternidad, proporcionando un servicio de calidad y duradero. El peluquero de cabecera haría unos diez o doce cortes en una mañana, tendría tiempo de desarrollar su empeño profesional con calidad, se afanaría por mejorar y aprender las innovaciones, y estaría satisfecho dedicando a cada cliente el tiempo necesario. Solo excepcionalmente, tendría que atender una urgencia capilar, que serían situaciones plenamente justificadas. Los usuarios también estarían satisfechos porque se cumplirían sus expectativas, valorarían los autocuidados porque son importantes en su rutina diaria, y valorarían la calidad de los peluqueros y el servicio que prestan, algo que complementa y mejora los autocuidados. Los peluqueros especialistas a su vez verían consultas complejas, dedicando a cada usuario el tiempo necesario. Los peluqueros urgentes del hospital capilar tendrían que atender ocasionalmente situaciones específicas graves. Estarían, como los bomberos, presentes y preparados, pero solo por si fuesen necesarios. Solo intervendrían, con todos los medios disponibles, en situaciones contadas.
Pongamos ahora que en ese país cualquiera el sistema de peluquería pública sufre una transformación fruto de una gestión política nefasta. El usuario ha sido convencido de que puede ir al peluquero cada vez que quiera, sin límite de número de veces, y éste tiene la obligación de atenderle “ya”. Porque cada pequeño contratiempo en su cabello necesita atención inmediata y urgente (por ejemplo, que le peinen, le leven el pelo, lo ricen, igualen las patillas, apliquen mechas, tiñan una cana, etc) y, además, es también responsabilidad del peluquero el autocuidado (lavar la cabeza, aplicar suavizante, acondicionador, secar el cabello y peinarlo, aplicar vitaminas, etc). Ahora todo, todo, es responsabilidad del SPP, porque ya nada es de responsabilidad del usuario.
El resultado es obvio: el peluquero tiene que atender a cuarenta usuarios en una mañana, cada uno con su cita, pero ya de solo cinco minutos. Pero no puede dar un servicio de calidad porque recordemos que necesita treinta minutos para cortar el pelo: hace lo que puede y mal. El usuario nunca está contento porque cree que “su” problema, por mínimo que sea, es muy importante, más que los de los demás usuarios, y protesta porque le han vendido un “en seguida y sin demora” que no solo es falso e imposible, sino que es innecesario.
Además, pueden añadirse “urgencias” innumerables, a las cuarenta citas de 5 minutos que ya tiene completas el peluquero de cabecera. Urgencias a las que hay que atender a la misma vez que a los ya numerosos citados, detrayendo ese tiempo del escaso del que ya disponían los que tenían cita previa. Así, el tiempo real de cada consulta efectiva de cada paciente es de 2, 3 o 4 minutos. Los políticos han conseguido que en vez de urgencias haya “prisa”, que los autocuidados sean también responsabilidad del peluquero, que unos usuarios se pongan por delante de otros sin necesidad, que unos usuarios resten tiempo a otros usuarios sin motivo, que el criterio del usuario como consumidor sea el único importante (el cliente siempre lleva la razón) y que el nivel de exigencia del usuario vaya in crescendo. La labor del peluquero será de muy baja calidad, recordemos que necesitan treinta minutos para dar un servicio adecuado. El profesional estará cada vez más estresado y desmotivado: sufre una presión insostenible por parte del usuario que exige de él, en tiempo récord, soluciones que no puede proporcionarles. Recordemos que está formado como peluquero, no puede proporcionar los autocuidados diarios. Tal vez concluya que la única manera de sobrevivir sea convertirse en mal peluquero y, además, volverse antipático, para que el usuario, que puede elegir, no lo escoja a él.
El usuario, que ha aprendido que el sistema le pertenece y puede hacer uso de él a placer, está siempre insatisfecho porque quiere más y más, lo quiere ya, y no acepta impedimentos o esperas. Pero esas demandas infinitas son imposibles materialmente de satisfacer por mucho que se incrementen las plantillas de peluqueros. Así, el cliente pierde el respeto al profesional, lo considera un impedimento para conseguir todos sus deseos capilares, un obstáculo a sus necesidades ficticias. Algunos peluqueros son agredidos por los usuarios porque nunca corren lo suficiente con los otros usuarios, no les lavan y peinan como ellos quieren, nunca les atienden suficientemente bien todo el tiempo que necesitan, y no les proporcionan todos los artículos de peluquería que demandan. Finalmente, el usuario que necesita de verdad un buen corte de pelo mensual ya nunca podrá tenerlo, solo un corte rápido de 5 minutos tal vez cada tres meses y con muchas prisas.
La insatisfacción, la prisa y la exigencia conduce a su vez a que el usuario quiera ir a los especialistas en cada aspecto capilar, “porque yo lo valgo” como reza el anuncio, porque sus “problemas capilares” son de tal envergadura que no pueden ser atendidos por un peluquero “corriente”. Así, se satura el nivel de atención capilar especializada y deja de funcionar adecuadamente porque aparece demora y prisa.
Por último, el usuario decide ir al hospital capilar de urgencias, cada vez que quiere, simplemente porque es aún un servicio más rápido. No acepta que ese nivel asistencial de peluquería debe estar para cosas muy graves, su derecho a ser asistido está por encima de todo. No es su problema que sea una atención muy costosa porque no la pagan directamente. Las urgencias capilares están así colapsadas y el peluquero preparado para los desastres no para de atender situaciones banales en detrimento de la asistencia a los ciudadanos que lo necesitan verdaderamente. Cuando se produce una urgencia de verdad, a menudo el usuario tiene que esperar innecesariamente y luego ser atendidos con toda celeridad.
El sistema se ha caído, se ha desplomado de éxito, porque la inmediatez, la accesibilidad, el derecho a ser asistido cuando/cómo/cuantas veces quiero nunca pueden ser virtudes de un sistema público si no van contrarrestadas por la responsabilidad del usuario. Nos hemos cargado a la gallina de los huevos de oro por forzarla a poner más y más huevos innecesariamente.
Finalmente, los usuarios que tienen disponibilidad económica evitan el Sistema Público de Peluquería, pagan a un peluquero privado y van cuando desean para que les den un buen servicio. Los usuarios de menor capacidad adquisitiva deben resignarse a no poder recibir nunca un buen corte de pelo periódico. El sistema que estaba diseñado para atender a los menos favorecidos ha fracasado. Pero dejemos de hablar de peluqueros y pelos, pasemos a algo muchísimo más importante.
LA ATENCIÓN PRIMARIA DE SALUD
La labor de un médico de atención primaria está basada en la escucha al paciente, la exploración física, el proceso de deducción de la naturaleza de su problema, la elección del tratamiento, la explicación del mismo y los consejos sobre cuidados y seguimiento. Este proceso, cuyas etapas son ineludibles, puede ser a veces rápido, como sucede en el caso de, por ejemplo, la consulta por un resfriado común en un joven: con unos diez minutos podría ser suficiente. Pero en el caso de una señora de 65 años, diabética, hipertensa, asmática, con ansiedad y depresión, con coronariopatía y poliartrosis, una consulta por sufrir unos mareos, por ejemplo, podría llevarnos al menos una hora. Pues bien, las citas en atención primaria suelen ser de cinco minutos, y el número de pacientes citados, aunque es variable, suelen ser al menos treinta y cinco al día. Me pregunto qué puede hacer un médico en cinco minutos con problemas tan complejos, diversos y difíciles, uno tras otro, treinta y cinco veces en una mañana. En esos cinco minutos tiene que realizar funciones administrativas ineludibles: escribir en la historia del paciente en el ordenador, hacer derivaciones, partes y recetas, así que ¿cuánto tiempo queda para hablar? ¿y para explorar? Tal vez un médico concluya que para sobrevivir lo mejor sea convertirse en un mal profesional y además antipático, así no lo elegirán los pacientes.
¿Por qué están las consultas tan llenas de pacientes en España? ¿Por qué éstos vienen una y otra vez a lo largo del año? ¿Por qué eso no ocurre en países de Europa más desarrollados? ¿no enferma la gente en esos países? El problema de base es el de los autocuidados, el de la responsabilidad individual, el de la exigencia y la inmediatez, es decir, el problema es el de los políticos que diseñan y organizan la sanidad.
Los pacientes sentirán que los atienden muy rápido, que no le escuchan, que tardan mucho en darle la cita, que no le atienden en todo lo que necesita o exige. Además, a la vez que se atienden a los citados, malamente, es preciso ver adicionalmente un número indeterminado de “urgencias” a criterio del usuario. Urgencia es todo aquello que quiera el paciente, a la hora que quiera, cuantas veces quiera y por el motivo que sea, pero siempre, sustrayendo tiempo a los que tienen ya su cita. No estamos hablando de dolores precordiales, crisis hipertensivas, o accidentes cerebrovasculares que, con toda lógica, tienen siempre preferencia porque son emergencias o urgencias “de verdad” . Hablo de “urgencia” por un resfriado, por una receta de paracetamol, por una picadura de mosquito, por tener mocos, por ardores, por molestias en la garganta, por una “caca suelta”, porque me duele una pierna desde hace cuatro meses y no me he molestado en coger cita antes o porque tengo prisa por irme a trabajar o llevar al niño al colegio. Si faltan los autocuidados, la responsabilidad, si todo es muy importante y tiene que ser atendido “ya”, porque me lo merezco, tengo ese derecho y lo pago, no hay médicos suficientes, aunque se multipliquen por diez las plantillas.
La primera consecuencia inevitable de esa presión asistencial infinita es la demora: si se consulta por todo el sistema se colapsa y será cada vez más difícil conseguir una cita pronto. Si la solución para el paciente es consultar “de urgencias”, para obviar esa demora, tiene que ser visto, sin tiempo material para ello, ocupando el tiempo de otros usuarios citados, y en una consulta que será aún más breve, para no producir más retraso e incomodidades de los usuarios citados. Si para evitar la demora se acude a urgencias del Hospital por cualquier cosa, éste queda colapsado por innumerables consultas banales que dificultan la atención de los pacientes verdaderamente graves o necesitados. Nadie está ya contento, ni los usuarios ni los profesionales.
La segunda consecuencia inevitable de este modelo sanitario absurdo es la yatrogenia, es decir, enfermar por culpa de la propia actuación sanitaria. Cuando no hay tiempo para atender, menos tiempo para hablar, y para contentar a un usuario que demanda soluciones, se impone la estrategia de recetar. Recetar un fármaco es muy fácil, en cualquier farmacia lo hacen a menudo, solo son cuatro reglas las que hay que aprender: Mocos/Mucosán, tos/Sekisán, vómitos/Primperán, nervios/Diacepán, colesterina/Atorvastatina, Dolor/Tramadol, y unas pocas asociaciones más. Ya está resuelto el problema, con una pastilla y a casa: ¡que pase el siguiente!
Pero así solo se pone un parche momentáneo. No se solucionan los problemas, se medicaliza la vida, y nos acostumbramos a que ir al médico sea salir de la consulta con varias recetas.
Tenemos que preguntarnos: ¿a quién beneficia este loco sistema de atención primaria sobrecargado, con consultas infinitas, demoras in crescendo, consultas fugaces que duran a veces lo que ir a una farmacia a comprar una caja de paracetamol, repleto de urgencias que no son tales, en el que el médico casi no puede hablar, pero que receta millones de euros en fármacos que a menudo no son necesarios? Está claro que al paciente no, lo que necesita es tiempo de su médico para que estudie su caso, encuentre una solución justificada, conociendo el resto de los problemas de salud que tiene y diseñe un plan de fondo para mejorar su salud futura. No se merece una inyección de Nolotil porque le duele una rodilla, sino el manejo adecuado e integral de su artrosis de rodilla. No es justo que manifestando ansiedad y tristeza no pueda al menos hablar con su médico treinta minutos para ver el origen de la situación y la forma de solucionarlo, tomar ansiolíticos y pastillas para dormir no arreglan nada, solo lo adormecen.
Tampoco beneficia a los facultativos. Nos han preparado durante largos y costosos años para ayudar a la gente, para aliviar sus sufrimientos, para curar sus dolencias, para hacer prevención de la enfermedad, para aconsejar, en definitiva: para cuidar a los pacientes. Pero ¿qué podemos hacer en cinco minutos? Estresarnos, desmotivarnos, decepcionarnos, quemarnos y llevarnos a casa un pesar que cronifica hasta hacernos desear dedicarnos a otra cosa. Porque no solo es la desilusión y frustración por no poder hacer nuestro trabajo adecuadamente, por no poder ayudar a la gente como sabemos. Es también conocer la responsabilidad del perjuicio que un diagnóstico o tratamiento desacertados pueden ocasionar en la salud del paciente. No entendemos qué sentido tiene correr tanto en las consultas, o que los usuarios demanden, a veces con violencia, ser atendidos ya, en vez de ser atendidos bien.
¿Beneficia a los políticos? Yo diría que sí, pero solo a los malos políticos. Un buen político debería organizar bien los servicios de salud primando la calidad y la eficiencia. Un mal político desiste en arreglar los problemas, porque no quieren tomar medidas impopulares. Saben que no están en el frente de batalla, y tienen fácil buscar chivos expiatorios: los profesionales no son suficientemente ràpidos. Se centran en mejorar las listas de espera que el sistema produce estructuralmente, atribuyéndolas a que los profesionales no hacen bien su trabajo, y añaden horarios extras para demostrar su preocupación. La demora la solucionan también fácilmente: basta con acortar el tiempo de cada consulta y aumentar el número de ellas: cien citas diarias de tres minutos cada una, y todo solucionado. Justo lo contrario que un usuario informado desearía. Pero seguimos votándoles, así que ¿para qué cambiar nada?
¿Quién es el gran beneficiado del modelo de atención primaria de salud en España? La industria farmacéutica. Muchas consultas de escasa duración en la que se soluciona poco, pero se receta mucho, muchos problemas que no se resuelven y que producen reconsultas, muchos fármacos que producen efectos secundarios y provocan reconsultas, muchos pacientes insatisfechos que reconsultan una y otra vez. Sumatorio de consultas y reconsultas es igual a miles de millones de euros en gasto farmacéutico anuales. Es un negocio redondo, se mire como se mire.
LA SOLUCIÓN A LA PELUQUERÍA Y LA ATENCIÓN PRIMARIA
El Sistema social de peluquería se soluciona simplemente limitando los autocuidados al terreno personal y dejando la atención por el peluquero al corte periódico de calidad. Se exigiría al usuario que cuidara su cabello y al peluquero que fuera bueno en su oficio. A cada uno lo suyo. Las urgencias capilares que no son tales, simplemente no se atienden, porque no están en el contrato programa del SPP: se le diría al usurario que él debe lavar su cabello y él debe comprar su champú, el peine y el suavizante. El usuario, que es un adulto, entendería cómo funciona el sistema, que éste es algo muy serio, es de todos, y no tiene derecho a abusar de él. El peluquero siempre estará para darle un corte de calidad, que es lo que se financia.
La atención primaria de salud es bastante más compleja, por supuesto. Pero tiene un arreglo similar, basado en la responsabilidad de los usuarios, antes que nada. Vamos a intentar pormenorizar poco a poco, centrándonos en un resfriado, una artrosis de rodilla, una diabetes tipo 2, una hipertensión arterial, una hipercolesterolemia, una diarrea y un episodio de ansiedad.
¿Deben los mocos provocar una consulta al médico? ¿deben provocar una consulta urgente si no hay cita? En general, no. Tener mocos en la nariz, tos y mocos, flemas, sin fiebre, no suele tener gran importancia. Los mucolíticos, expectorantes y antitusivos no han demostrado utilidad alguna, ni evitan las complicaciones, pero se prescriben por miles y aparecen en los anuncios en la televisión. Recordemos el tratamiento recomendado de la gripe y de la Covid-19: antitérmicos ¿Cuántos profesionales necesitaríamos si en otoño e invierno todos y cada uno de los resfriados demandan ser vistos por un médico? ¿Y qué pasaría con esos pacientes que por sus particularidades (ancianos, crónicos, inmunodeprimidos, etc) si necesitasen consultar?
Por la edad, y lo sé bien, simplemente por estar vivos, tenemos dolores articulares que van y vienen, cambian de lugar, y nos acompañan en cada momento del día. Si vamos a consultar por todos y cada uno de los dolores que van apareciendo ¿Cuántos profesionales haría falta tener en atención primaria? Hay que, para remediarlos y poder convivir con ellos, perder peso, potenciar la musculatura, realizar ejercicio físico y, por qué no, aceptar de buena gana que la vejez tiene sus inconvenientes. Pero ¿cuántos analgésicos y antiinflamatorios, cada vez más potentes, se consumen? ¿qué efectos secundarios producen? Y esas personas con dolores de otra índole, que por sus características deberían ser atendidos, estudiados y tratados convenientemente ¿Cuándo pueden ser atendidos que no sea en cinco minutos?
Un paciente con diabetes tipo 2, la inmensa mayoría, si es informado adecuadamente sobre su enfermedad, si cuida su alimentación, si pierde peso y realiza ejercicio periódicamente, una vez que tiene ajustado su tratamiento con pastillas, y está controlado, si no existe otro problema, solo necesitaría ser visto por su médico y realizar unos análisis un par de veces al año, poco más. Pero si no conocemos la información básica sobre la diabetes estaremos midiendo la glucemia día sí, día no, solicitaremos tener un glucómetro y tiritas reactivas, y consultaremos una y otra vez por atribuir cualquier síntoma a esa enfermedad. ¿Quién educa adecuadamente a un paciente diabético tipo 2? ¿Sabemos que, al cuidarse, perder peso y hacer ejercicio muchos pacientes podrían dejar de usar medicación?
Un paciente hipertenso, con un tratamiento adecuado, que tome sus pastillas, cuide su alimentación, su peso, realice ejercicio y no fume, no tendría que estar pendiente de su tensión cada día. Al igual que en la diabetes, la hipertensión produce sus efectos a largo plazo, no en el día a día, salvo complicaciones. No necesitaría ir al médico para que le tomen la tensión, ya éste se encargaría de medirla en las visitas periódicas que establezca. Pero si no entendemos lo que es la hipertensión podremos estar tomándola varias veces al día y atribuir cualquier molestia a ésta. ¿Cuántos profesionales hacen falta si tenemos que medir la tensión una y otra vez a todo el que lo demande? Y además ¿tiene alguna utilidad hacer eso?
Tener el colesterol alto es un simple factor de riesgo a añadir cuando existen otros (sedentarismo, obesidad, hipertensión, diabetes, tabaquismo, etc) para aumentar el riesgo cardio-metabólico, no es una enfermedad. ¿Cuántos millones de personas toman pastillas para el colesterol? En muchísimas de ellas el tratamiento no sería necesario si no concurren otros problemas añadidos. Además, perder peso, cambiar la dieta y hacer ejercicio pueden controlar los niveles de colesterol o, al menos, disminuir otros problemas, con lo cual la importancia relativa se reduciría. ¿conocemos los efectos secundarios que producen tomar pastillas para el colesterol durante años? En cualquier caso: ¿hay que hacer análisis de colesterol varias veces al año? Por supuesto que no. El colesterol alto no produce síntomas, y sus potenciales problemas, si los diese, aparecerían tras largos años de elevación.
La diarrea es una manera de defenderse el organismo de la ingestión de un virus, una bacteria, un alimento en mal estado, un tóxico o, a veces, por haber comido más de la cuenta. Es algo incómodo, pero se soluciona con una simple dieta y esperando el tiempo necesario. Suele acompañarse inevitablemente de inapetencia, alguna molestia abdominal y a veces nauseas o febrícula. No se usan fármacos en el tratamiento de la diarrea, no son necesarios ni eficaces. ¿Cuántos médicos hacen falta si cada vez que tenemos una deposición de menor consistencia vamos a consultar? Los usuarios consultan por si están deshidratados, nadie les ha explicado que, para deshidratarse, hace falta muchas deposiciones, habitualmente con fiebre y vómitos añadidos. El motivo de consulta, más que la diarrea, es el miedo. Si toda diarrea es una consulta, si cualquier deposición de menor consistencia o mal olor es una urgencia ¿cómo van a ser atendidos adecuadamente los pacientes con diarreas crónicas o complicadas que vienen a consultar con su cita?
La vida, estar vivo, produce preocupaciones, incertidumbres, frustraciones, ocasiona fracasos, decepciones, momentos en el que no salen bien las cosas, al igual que momentos felices y de bonanza. La reacción mental es esos malos momentos es la ansiedad y la tristeza, fases que, como toda reacción, precisan un tiempo determinado para que recompongan la situación. Pongamos por ejemplo el duelo tras el fallecimiento de un ser querido, por una separación, por un despido o por un suspenso en un examen. Según la persona y la naturaleza del conflicto puede estar enfadado, triste, preocupado, decepcionado o nervioso desde unos días hasta unos meses. Tal vez con una palabra amable, una escucha adecuada y unas recomendaciones certeras sea suficiente para reconducir la situación. La vida nos da sustos, pero también herramientas para salir de los atolladeros. La principal herramienta curativa de un médico es la palabra, lo que menos puede hacer cuando hay una consulta de cinco minutos. ¿Cuántos millones de personas toman ansiolíticos, antidepresivos y pastillas para dormir? ¿solucionan algo? ¿curan algo? En realidad, no, lo que hacen es volvernos dependientes de un fármaco y no poder prescindir de él en el futuro.
Pues de todo esto hablamos. No se puede solucionar la atención primaria si todos y cada uno de los deseos de los usuarios tienen que ser atendidos “sí o sí” cada vez que lo deseen. La atención de los usuarios que sí necesitarían consultar se vería mermada y el recurso a polimedicar por falta de tiempo sería no solo ineficaz, sino muy peligrosa. El sistema sanitario debe tratarnos como adultos, como personas responsables, que saben aceptar un “no” cuando debe y tiene que ser “no”. No es una urgencia tener mocos en la nariz, no es una urgencia que me duela un hombro desde hace cuatro meses ni que ayer tuve una deposición diarreica o que no puedo venir luego porque no me viene bien. Nadie se va a morir por eso, no se está denegando la asistencia a nadie, nadie tiene por qué reclamar nada y nadie tiene que ser amenazado o agredido por ello.
Pero para que este “no” funcione debe haber previo un trabajo educativo. El sistema sanitario nos debe informar, como adultos que somos, lo que es la salud y la enfermedad, lo que es la atención sanitaria y lo que son autocuidados, lo que es una urgencia de lo que es simple prisa, lo diferente que es tener un problema de salud real de tener simple necesidad de comentarlo a un médico, de que lo público debe ser cuidado porque no es “de uno” sino “de todos”, etc. He citado algunos problemas concretos de salud, especialmente elegidos por ser muy frecuentes, pero hay miles de ellos, y la oportunidad de consultar si no hay un filtro es infinita y repetitiva.
Lo mismo debe ocurrir con las especialidades: el que decide si un paciente debe ir o no al especialista es el médico, no el usuario. Y similar concepto debe regir las urgencias hospitalarias: solo debe consultar lo grave e inmediato, las consultas por ser más rápido, porque me conviene y por no haber espera, deben ser remitidas a atención primaria, sin más.
Es un cambio complicado, acostumbrados como estamos al “ya”, “cuantas veces”, “donde y cuando quiera” y “sin que nadie me ponga un obstáculo o me haga esperar”. Pero me pregunto ¿qué tiene eso que ver con la salud? A cualquier ciudadano de un país civilizado le sorprendería el escaso tiempo del que dispone un médico español para atenderle, exigiría más tiempo indudablemente. Los usuarios en España acostumbrados a una atención rápida protestan porque tardan mucho en verle, y exigen más prisa. Una situación de locos en la que no cabe otra pregunta que ¿por qué si hay modelos para copiar de países europeos civilizados, no los aplicamos aquí? Tal vez sea cuestión de educación en general, de elegir políticos responsables y de identificar a los que se benefician de ese gasto farmacéutico desaforado. En realidad, si lo pensamos ¿dejaríamos el control de la ingesta de caramelos a los fabricantes de caramelos? Pues eso.
Mientras tanto, los sectores de la población más desfavorecidos, los que solo tienen el recurso de acudir a la salud pública, no tienen otra opción. Afortunadamente, para ellos, el funcionamiento de los hospitales, de las patologías graves y de las urgencias vitales es extraordinario en el sistema público. Pero la atención primaria de salud y la atención especializada, el día a día de la atención, están bloqueadas, sobrecargadas y resultan a menudo ineficaces. Si no hay un caos real y total es porque los profesionales, a pesar de todo, siguen afanándose en hacer su trabajo lo mejor que saben y pueden. Mientras tanto, los políticos de turno intentarán hacerles correr más, y los usuarios, desinformados, seguirán creyendo que ese es el problema.
JOSÉ ÁNGEL PÉREZ QUINTERO
Pediatra. Médico de Familia.
Centro de Salud El Greco (Sevilla)