Los servicios de urgencias de los centros de salud de la provincia de Sevilla, habitualmente saturados, enfrentan en estas fechas un repunte aún mayor debido al aumento de patologías respiratorias. A pesar de esta situación recurrente, el Servicio Andaluz de Salud (SAS) y la Consejería de Salud continúan justificándose bajo la excusa de que no hay médicos disponibles para contratar, evitando cualquier autocrítica sobre las razones detrás de esta escasez.
La realidad apunta a un sistema que ofrece condiciones laborales al borde de la explotación, salarios por debajo de la media de otras comunidades autónomas y muy lejos de los estándares europeos. Esta precariedad, en un contexto donde cada año se gradúan más médicos de las facultades andaluzas, refleja un problema estructural y de gestión.
El caso del servicio de urgencias del municipio de La Algaba ilustra esta problemática. A pesar de llevar años en una situación de saturación inhumana, sólo durante la pandemia se reforzó con un segundo equipo asistencial, medida que fue retirada poco después. Ahora, con la saturación agravada, la Dirección del Distrito Norte ha optado por una solución polémica: retirar el segundo equipo de guardia del centro de Gerena, que cubría la sobrecarga asistencial de fines de semana, para trasladarlo a La Algaba.
Esta medida, que deja a Gerena con un único equipo durante toda la semana, expone a la población a una mayor vulnerabilidad. Durante traslados, accidentes o atenciones domiciliarias, el centro de Gerena queda completamente desprovisto de personal sanitario. En La Algaba, el refuerzo sólo estará disponible de viernes a domingo, perpetuando la insuficiencia de recursos el resto de la semana.
A esto se suma otra realidad alarmante: ningún punto de urgencias en la provincia cumple el límite de 84 pacientes por médico en jornadas de 24 horas. En muchos centros, un solo médico llega a atender más del doble de pacientes, sin tiempo reglamentario para descansos y, en muchos casos, sin siquiera poder alimentarse durante estas interminables jornadas. Es una situación penosa, mal reconocida y, sobre todo, consentida por una administración que no actúa para resolver el problema y que es consciente de que esta sobrecarga de la Atención Primaria provoca un rebosamiento hacia las urgencias hospitalarias, aumentando así la envergadura del problema.
Esta estrategia de ‘desvestir un santo para vestir a otro’ no sólo es inadmisible en pleno siglo XXI, sino que evidencia una gestión incapaz de atender las necesidades de los ciudadanos y de los profesionales sanitarios. ¿Queda alguna duda de por qué ningún médico quiere trabajar en el SAS?